La Intimidad


La intimidad con nuestro Dios

En 1 Reyes 19:4 tenemos un pasaje lleno de asombro. Uno que a veces algunos tratamos de evitar y no encontrarle más explicaciĂłn que la de su pura existencia. Dice el verso que ElĂ­as, el profeta, “…se fue por el desierto un dĂ­a de camino, y vino y se sentĂł debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quĂ­tame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres.”

Alguien ha dicho que nadie está más cerca del fracaso que cuando se han obtenido los grandes triunfos. ElĂ­as venĂ­a de una de esas grandes y portentosas victorias; tal vez, entre los profetas, la más extraordinaria. HabĂ­a enfrentado y vencido a 800 falsos profetas (cuatrocientos cincuenta de Baal, y cuatrocientos de Asera). Luego de ello, habĂ­a hecho llover de acuerdo a la palabra de Jehová. Con anterioridad, habĂ­a proveĂ­do de alimento a la viuda en Sarepta, y resucitado a su hijo, en un hecho inĂ©dito para un profeta en la Biblia. ¿Por quĂ© ElĂ­as deseaba morir ahora? Simplemente porque era humano. ElĂ­as no era de material rocoso: su corazĂłn latĂ­a como el de cualquiera de nosotros, y sufrĂ­a y se apenaba lo mismo que sucede a quienes están muy cerca del Señor.

Pero lo admirable aquĂ­ es que el profeta no haya querido virtualmente suicidarse por no haber cumplido con su deber o ser un inicuo y sin esperanza de salvaciĂłn. Por el contrario, el ejemplo de su vida es uno de humildad y obediencia. Él sabĂ­a bien su misiĂłn de verdadero hombre de Dios, de vocero del AltĂ­simo. Como todo humano que recibe ese privilegio, Ă©l pudo pedir a Dios la acciĂłn correspondiente: que el mundo lo conociera como amigo del Todopoderoso…Que lo oyeran predicar por cable de TV costa a costa. Sin embargo, siempre se mantuvo alejado de esas costumbres viciosas. Cuando Dios le pide que se olvide de su ministerio, ElĂ­as muestra un corazĂłn paciente y dispuesto a obedecer la voz de Dios. De pronto Jehová lo desconcierta; en vez de enviarlo a escenarios ‘profĂ©ticos’ de cinco estrellas, le ordena que vaya al arroyo del Querit y…espere.(1 Reyes 17:3) ¿QuĂ© no era ElĂ­as un profeta como para que lo anden enviando a lugares desiertos? Porque, entonces ¿dĂłnde va a ejercer su ministerio? Las cosas de Dios son diferentes a las del hombre: Dios deseaba, más que sus recursos como hombre, el aprendizaje de la intimidad con Él.

Luego, ocurre lo peor. El corazĂłn de ElĂ­as, en esa intimidad que exige meterse con Dios en la raĂ­z misma de sus pensamientos, es probado a la obediencia en lo contrario ¿QuĂ© quiere decir esto? La forma en que Dios dice va a alimentar a ElĂ­as es inusual, ‘incorrecta’, fuera de toda proporciĂłn respecto a las creencias del propio profeta: lo van a alimentar los cuervos ¡unos animales inmundos! (1 Reyes 17:4). En ese acto contradictorio la intimidad toma profundidad; ElĂ­as va conociendo más al Dios para quien no hay acepciĂłn de personas. Lo mismo ocurrirá al apĂłstol Pedro en su sueño de la azotea, y ante la presencia de un lienzo con animales inmundos. Entonces Dios le dice “¡Come, y mata!”

El retĂł al malvado rey Acab, junto al desafĂ­o mayor hacia la perversa Jezabel y su enfrentamiento y triunfo inobjetable frente a los 850 profetas falsos, reafirman la valentĂ­a, obediencia y humildad de ElĂ­as. Confirman asimismo que no quiere morir por razones existenciales de un fracaso rotundo. ¿Teme a Jezabel? Sin duda. Pero lo que en realidad empuja a ElĂ­as a la depresiĂłn profunda y un estado de desesperanza, no es ese; es uno que, en su propia intimidad –la que a veces uno separa de Dios—le dice que su trabajo ha sido infructuoso: que a pesar del triunfo aparatoso, el pueblo de Dios ha abandonado el Pacto que le fue dado; ha derribado la adoraciĂłn genuina al Señor y que Ă©l solo, ElĂ­as, no puede revertir ese estado de cosas

¿Se ha sentido alguna vez usted asĂ­, amable lector? Ha experimentado ese desosiego, desesperanza, depresiĂłn y ganas inmensas de echarlo todo por la borda? ¿Se ha echado en cama y –ante la cantidad, que a veces parece infinita—de problemas de todo tipo, prefiere morir ante lo infructuoso y absurdo de la situaciĂłn? ¿Se ha preguntado quĂ© dice Dios de una condiciĂłn espiritual suya, a veces deplorable y visiblemente no remediable?. DĂ©jeme decirle que Dios no le ve a usted asĂ­.

Bajo ese estado lamentable en lo fĂ­sico, anĂ­mico y espiritual, la actitud de Dios hacia ElĂ­as es de un amor ilimitado; de una comprensiĂłn más allá de los lĂ­mites (sobre todo si se considera la infinita distancia entre ambos). Lejos de reclamar a ElĂ­as esa actitud normal y considerable en todo hombre, Dios envĂ­a en ángel –no para primero preguntar y reclamar, y luego “a ver explĂ­came”—sino para conmoverse de esa condiciĂłn y decirle: “Levántate y come” (1 Reyes 19:5). A cualquier humano eso hubiera bastado como concesiĂłn para que el otro se levantara y diera cuenta de su condiciĂłn deteriorada. Pero no. Dios lo mira aĂşn lastimado, y le vuelve a alimentar y dejar reposar una segunda vez. Para cuando ElĂ­as está repuesto, alimentado, descansado, el ángel le otorga otra misiĂłn: la vida sigue adelante: le esperan cuarenta dĂ­as de camino con direcciĂłn al Monte de Dios.

Esa es la forma en que, amable lector, Dios trata y tratará con usted en la intimidad, cuando existe humildad y obediencia y un corazĂłn que busca justicia y misericordia. Nuestro equĂ­voco en esa bĂşsqueda de intimidad con el Señor, es con frecuencia confundida: deseamos la fama, la gloria, el exhibicionismo, el estruendo, los reflectores y las grandes señales y portentos. ElĂ­as se acercĂł más a Dios el dĂ­a en que se sintiĂł totalmente dependiente del Señor. Aun, en esos momentos, el profeta creĂ­a que Dios se relaciona y abraza a uno con señales y prodigios. Pero, ese dĂ­a tambiĂ©n, Dios le dará la lecciĂłn de su vida. Al perseguir esa intimidad divina, ElĂ­as intenta hallarla en lo que parece natural a ojos humanos: en el portento y las maravillas. Pero, dice la Biblia: “Y Jehová le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquĂ­ Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompĂ­a los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego”.

¿DĂłnde busca usted, lector, a Dios? En manifestaciones que ‘prueben’ que de verdad es Dios? ¿Requiere usted de tantas señales y maravillas para intimar con Él?. Dios no parece ofrecer su intimidad bajo esos preceptos. Dice a continuaciĂłn este mismo pasaje que, entonces “tras el fuego” (en donde Dios no quiso hablar con ElĂ­as), “he aquĂ­ un silbo apacible y delicado”.

Es en una infinidad de tardes y noches que busco con ansia esa delicadeza que me acerque a Dios y me deje escuchar su voz: no detrás del trueno o el zumbido del fuego, sino en el silencio absoluto donde Él revela su carácter misericordioso en un silbo apacible y delicado.

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